Cuentos Literarios A R

• “Una colección de cuentos con realismo mágico, poesía y conciencia”

La Cuarta Tertulia del Mirador

La Cuarta Vida

Por: Arthur Rojas

“Un trago refrescante de historia, explorando los sueños”

El atardecer pintaba el Mirador con tonos dorados cuando cinco siluetas comenzaron a emerger de las brumas del tiempo. No llegaron juntas, pero parecía como si el universo hubiera conspirado para que sus caminos se cruzaran en este momento eterno.

La primera en aparecer fue Hedy Lamarr, con esa elegancia natural que la había convertido en estrella de Hollywood, pero llevando en sus ojos la chispa inconfundible de la inventora. Sus tacones resonaron suavemente contra el suelo mientras observaba el espacio con curiosidad científica, como si estuviera descifrando la tecnología invisible que hacía posible este encuentro imposible.

Le siguió Frida Kahlo, arrastrando ligeramente el pie pero con la cabeza erguida, desafiante. Sus colores vibrantes contrastaban hermosamente con la luz dorada del Mirador. Se detuvo un momento, sonrió con esa mezcla de dolor y alegría que la caracterizaba, y murmuró: “¿Otro sueño? Mejor… mis sueños siempre han sido más interesantes que mi realidad.”

Amelia Earhart apareció con esa confianza tranquila del piloto experimentado, sus ojos escaneando el horizonte por costumbre. Llevaba su chaqueta de aviadora y esa sonrisa que había conquistado al mundo. No había preguntas en su rostro sobre cómo había llegado ahí; las aventureras auténticas aceptan los misterios como parte del viaje.

La cuarta llegada fue espectacular: María Callas entró como si estuviera subiendo al escenario de La Scala, con esa presencia magnética que silenciaba teatros enteros. Su porte era real, porque ella siempre había sido realeza del arte.

Finalmente, Anna Pavlova pareció flotar más que caminar, cada movimiento una poesía en sí misma. Sus pies, acostumbrados a desafiar la gravedad, apenas tocaban el suelo.

El Encuentro de las Annas

María Callas fue la primera en romper el silencio, con esa voz que había hecho llorar a multitudes: “Buenas tardes, señoras. Soy María… aunque también Anna.”

Anna Pavlova se irguió con una sonrisa traviesa: “¡Ah! ¡Entonces somos hermanas de nombre! Yo soy Anna, pero nunca María.”

Hedy Lamarr se acercó con ese ingenio que había sorprendido a Hollywood: “¡Qué curioso! Dos ‘Annas’ que dominaron las artes… ¿será que hay algo mágico en ese nombre?”

Frida añadió con su humor mordaz característico: “Bueno, yo soy solo Frida… pero creo que eso basta para causar suficiente revuelo.” Sus ojos brillaron con esa malicia juguetona que encantaba y desconcertaba a partes iguales.

Amelia rió con naturalidad: “Y yo Amelia… parece que cada una trae su propia fuerza al nombre que lleva.”

Se acomodaron en círculo, como si fuera lo más natural del mundo. El Mirador parecía adaptarse a ellas, creando la atmósfera perfecta para una conversación entre diosas.

Las Pioneras se Reconocen

“¿Saben?” dijo Amelia, cruzando las piernas con esa naturalidad suya, “hay algo liberador en estar aquí, donde nadie puede preguntarme por qué una mujer quiere volar.”

Hedy asintió enfáticamente: “¡Oh, sí! A mí me catalogaban como ‘la mujer más bella del mundo’, pero cuando hablaba de frecuencias de radio y sistemas de comunicación, me miraban como si fuera un fenómeno de circo.”

María Callas suspiró: “Yo era ‘La Divina’, pero también ‘la temperamental’, ‘la diva’. Como si la pasión por la perfección fuera un defecto en las mujeres.”

Anna se inclinó hacia adelante: “En el ballet, nos llamaban ‘cisnes’, pero yo quería ser más que un ave bonita. Quería que cada movimiento dijera algo que las palabras no podían expresar.”

Frida las miró a todas con intensidad: “Ustedes fueron pioneras en sus campos. Yo fui pionera en convertir el dolor en arte sin disculpas. Cada pincelada era una declaración de guerra contra lo que se esperaba de una mujer inválida.”

La Ciencia y el Arte se Abrazan

Hedy se animó visiblemente: “¿Saben que mi invento del ‘frequency hopping’ se usa ahora en algo que llaman WiFi y Bluetooth? La gente puede comunicarse instantáneamente en todo el mundo.”

“¡Qué maravilloso!” exclamó Amelia. “Yo soñaba con que mis vuelos inspiraran a otras mujeres a romper barreras. Me pregunto cuántas están volando ahora, cuántas están explorando el espacio…”

Anna reflexionó: “Yo quería que la danza fuera universal, que trascendiera fronteras. Llevé el ballet ruso por todo el mundo porque creía que la belleza no tenía nacionalidad.”

María añadió con pasión: “Y yo quería que la ópera no fuera solo entretenimiento para élites. Cada aria que canté era para tocar el alma humana, sin importar clase social.”

Frida sonrió: “Yo pinté mi verdad, sin filtros. Mi dolor, mi amor, mi sexualidad, mi política. Quería que otras mujeres supieran que podían ser auténticas sin pedir perdón.”

Los Sueños que Trascienden el Tiempo

“¿Se dan cuenta?” murmuró Amelia mirando al horizonte, “estamos viviendo lo que yo llamo La Cuarta Vida.”

Las demás la miraron intrigadas.

“Tuvimos nuestra vida física,” continuó Amelia, “luego nuestras obras vivieron sin nosotras, después nos convertimos en símbolos en la memoria colectiva… y ahora esta: el amor eterno que persistimos siendo para otros.”

Hedy asintió lentamente: “Es cierto. Ya no soy solo la actriz o la inventora. Soy la posibilidad de que una mujer puede ser bella e inteligente, artista y científica.”

“Yo ya no soy solo la cantante,” añadió María. “Soy la prueba de que la pasión por la excelencia es válida, de que está bien exigir la perfección de uno mismo y de otros.”

Anna se incorporó con gracia: “Y yo soy el recordatorio de que el arte puede ser etéreo y poderoso al mismo tiempo, de que la feminidad puede ser fuerza pura.”

Frida las miró a todas con esa intensidad que la caracterizaba: “Nosotras somos la inspiración que persiste. Cada mujer que se atreve a ser auténtica, cada una que rompe límites, cada una que convierte su dolor en poder… lleva un pedacito de cada una de nosotras.”

El Brindis Eterno

El sol comenzó a ponerse, pero en el Mirador el tiempo no tenía prisa. Las cinco mujeres se pusieron de pie, como respondiendo a una señal invisible.

“Por las que vinieron antes que nosotras,” dijo Hedy levantando una copa que apareció mágicamente en su mano.

“Por las que vienen después,” añadió Amelia.

“Por las que están luchando ahora mismo,” continuó María.

“Por los sueños que se atreven a ser más grandes que las circunstancias,” siguió Anna.

“Y por el amor que persiste,” concluyó Frida, “porque eso es lo que realmente somos ahora: amor puro que se niega a morir.”

Brindaron en el aire dorado del atardecer, cinco espíritus libres que habían roto todas las reglas de sus épocas y que ahora, en La Cuarta Vida, seguían inspirando a generaciones a soñar sin límites.

Epílogo: El Eco Eterno

Mientras la noche comenzaba a abrazar el Mirador, las cinco mujeres se fueron desvaneciendo lentamente, pero sus voces continuaron resonando en el aire:

“Seguimos aquí, en cada mujer que se atreve a volar, en cada una que inventa su futuro, en cada una que convierte su dolor en arte, en cada una que persigue la perfección, en cada una que danza su propia verdad…”

Porque en La Cuarta Vida, el amor que representan para la humanidad es, verdaderamente, todo.

Fin de la Cuarta Tertulia

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